Olimpíada Matemática “Ezequiel Santamaría” (iii)

Semblanza de EZEQUIEL SANTAMARÍA PARDO

por Rafael Santamaría Tobar

Sigue de Olimpíada Matemática “Ezequiel Santamaría”(ii)


3.- La escuela de verano de Santa Cruz de Juarros (Burgos)

Ya he comentado que una verdadera obsesión de Ezequiel fue ayudar a los menos hábiles en la resolución de problemas matemáticos. No se olvidó de los alumnos brillantes, a los que intentó señalarles nuevas ambiciones. En su Instituto o en otros de la ciudad, con un altruismo que merece los elogios encendidos que se le han hecho, impartió clases fuera del horario lectivo. Pero lo que más llama la atención es que a muchos de ellos, familiares o no, amigos o desconocidos, acabó llevándolos a su aula “domiciliaria”, en la que trabajó antes y después de su jubilación.

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En ese ambiente de profesores preocupados por la renovación didáctica de la asignatura de Matemáticas, conoció a su esposa Pilar Pineda, casi nada más llegar destinado al Comuneros. Ella también integraba el grupo de EsTalMat y tenía las mismas inquietudes didácticas.

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Pilar había nacido en Santa Cruz de Juarros y, en ese proyecto de vida en común, decidieron  habilitar una vivienda en el pueblo, con un mimo ejemplar, que es un referente en la adaptación de una vivienda nueva a la ancestral arquitectura popular de los pueblos del pie de monte de la Sierra de la Demanda. Cómoda y acogedora, les animó a pasar muchas jornadas en ella, especialmente en el periodo estival.

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Inmediatamente, afloró ese espíritu samaritano de ayuda que siempre caracterizó a Ezequiel y a Pilar. En el pueblo había que poner concordia y lo hicieron sin pausa; había que recuperar instituciones, laicas o religiosas (romerías o cofradías); y había que dar “ocupación” a la población adolescente en el largo y desocupado periodo estival. Y, en esa dinámica, surgió la idea, que puede parecer ampulosa, de habilitar una “escuela de verano”. Enseguida cristálizó.

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Una escuela con muy pocos recursos materiales: los cuadernos, las pinturas, los bolígrafos … que le proporcionaban instituciones bancarias … y su propio patrimonio. Pero con un capital humano excepcional: los alumnos y el “profe” Ezequiel (la “Pili” en un segundo plano).

Se abría la escuela por la mañana y por la tarde; y no había que ir a buscar a los niños. Llegaban todos; antes incluso que el profesor. Y a resolver problemas. No importaba que hubiera muchos niveles que atender; Ezequiel era un maestro en la adaptación curricular.

A lo largo del verano había jornadas especiales: la denominada “aula de la naturaleza”, en la que colaboraba activamente el pastor del pueblo, para enseñar a niños y mayores los animales, las plantas, los manantiales, los fósiles …

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Y cuando finalizaba el curso de verano, se organizaba la fiesta de “graduación”, con regalos incluidos, y chocolate, en la que acabó implicándose cada vez más el pueblo.

A cada alumno una atención específica, no sólo académica. Y cuando empezaba el curso largo en la ciudad, a los que más lo precisaban, se les hacía un “seguimiento”, incorporándolos, si era preciso, a ese aula domiciliaria en Burgos o en el propio Santa Cruz los fines de semana o los festivos. Era fundamental afianzar conceptos, pero también potenciar la autoestima, la cultura del esfuerzo, la ilusión de poder conseguir lo que parecía inasequible.

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Tras su fallecimiento, su esposa Pilar está continuando su obra. Ella reconoce que no alcanzará los logros que él obtuvo; pero quiere perpetuar ese aula de verano que lleva el nombre de su marido y que desde el principio de los años noventa del siglo pasado constituyó la envidia de los núcleos más o menos cercanos a Santa Cruz.

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Cuando falleció Ezequiel en 2010, dejó una profunda pena en su esposa Pilar, en su familia, en su pueblo, en su Asociación Castellana y Leonesa de Educación Matemática “Miguel de Guzmán”, entre sus compañeros de Instituto y, tal vez más que en ningún otro lugar, en Santa Cruz de Juarros, su pueblo de adopción, en donde fue enterrado.

Quiero terminar esta semblanza sobre Ezequiel aportando algunas valoraciones sobre su persona, su profesión, su manera de conducirse en la vida. En primer lugar las de Pilar Pineda, su mujer, que, sin duda, aun siente verdadera zozobra ante su ausencia.

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Se siente orgullosa de la calidad humana de su marido. De su aportación decisiva a la didáctica de las Matemáticas en Castilla y León y aún más allá. De la labor educadora que ejerció en todos aquellos foros en que tuvo responsabilidades. Pero, sobre todo, se siente orgullosa de que en el pueblo le sigan repitiendo machaconamente “gracias por haberlo traído”.  No le extraña que perviva ese recuerdo tan positivo porque “cambió la faz de Santa Cruz; donde había rencillas, puso concordia, hasta conseguir que todos cooperaran en las actividades que emprendía el pueblo” … Consiguió refundar la Cofradia de la Vera Cruz o revivir la tradición de los “aguinaldos”. Llegó a tener tanto ascendiente en el pueblo, que su opinión era siempre escuchada y, habitualmente, atendida. Uno de los alumnos de la escuela de verano, ya adolescente,  consolaba a Pilar “has tenido suerte de vivir con él”; otro le decía a su abuelo que le parecían intrascendentes otras noticias, si se acordaba de la muerte de Ezequiel.

Seguramente, dice Pilar, eso es lo que me hizo pensar que, además de ser mi marido, era un poco patrimonio del pueblo, de manera que en el epitafio de su sepultura quiso reflejarlo: “Tu vida fue un tesoro, un regalo y un amor que nos dejaste”  y, debajo, añade “tus seres queridos”, no “tu esposa”, tratando así de integrar a todos los que quisieran apoyar ese mensaje.

            A  los que hemos ejercido esta profesión nos conmovió el aprecio que le tuvieron los compañeros, los padres y, especialmente los alumnos. Con qué cariño y con qué admiración todos lo definieron como “maestro”: no hay mejor recompensa para un profesor. También lo es que sus compañeros de Matemáticas lo definan como “gran” y “buen” hombre, “referente en la historia de la educación matemática de Castilla y León”. En el pueblo lo vieron como “sencillo” y “discreto”, un “hombre de ciencia”,  “sabio”, “virtuoso”, “humilde”, “filántropo”, “observador fabuloso y buen psicólogo”. Ponía enorme entusiasmo en lo que hacía y lo transmitía. Daba aliento a los desesperanzados; hacía el bien de mil maneras.

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Uno de sus alumnos resume el sentir de aquellos que pasaron por el aula de verano. “se movió algo dentro de la gente del pueblo para conseguir que la labor que realizó durante tantos años no desapareciera; con muchas ganas, por Ezequiel, lo hemos intentado y, en gran medida, conseguido, gracias a la colaboración de mucha gente;  pese a  no contar con su gran sabiduría ni con sus capacidades de educador, hemos logrado mantener la escuela abierta …”..

Una compañera de profesión escribió que “Ezequiel … supo distinguir las buenas voces: la de la amistad, la del compromiso, la del trabajo, la de la generosidad …”. Asegura que su poeta preferido era Miguel Hernández cuando aseguraba que “el hombre lleva a cuestas tres heridas: la de la vida, la del amor, la de la muerte”. Pero se identificaba con Machado cuando, aludiendo al último viaje, quería “estar ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”.

Su amigo Antonio Arroyo, en fin, le recuerda como la persona que “siempre daba con las palabras adecuadas, con la mejor manera de decir las cosas; se expresaba con sencillez, no carente de fina ironía”. Lo sé muy bien. Podría relatar anécdotas muy elocuentes al respecto. Es como si pusiera anestesia en el receptor de mensajes difíciles, dolorosos, que asumía su importancia lentamente, con efectos retardados.

RAFAEL SANTAMARÍA TOBAR.

foto de su facebook

Rafael Santamaría (facebook)

 Nota: En el documento Word que me envía Rafael Santamaría  se indica «olimpiada», sin tilde. Al pasarlo a WordPress me sugería «olimpíada» con tilde. Ambas formas son correctas, si bien «olimpiada» (llana) es la  pronunciación habitual de esta palabra. (Acm)

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