Avellanosa, de Rafael Santamaria (i)

AVELLANOSA DEL PÁRAMO, un pueblo en los Páramos de la provincia de Burgos.

Articulo de Rafael Santamaría  para la revista de Villorejo. (i)

foto de su facebook

Rafael Santamaria

Sé que no puedo permitirme más que una semblanza muy sumaria de mi pueblo,  Avellanosa del Páramo. La hago con mucho agrado para incluirla en una publicación de un pueblo hermano, Villorejo,  a cuyos promotores felicito por su iniciativa cultural. Empiezo sin más dilación.

Los rasgos geográficos de Avellanosa vienen determinados por su ubicación en uno de los valles que, de Norte a Sur, unen las Loras y el curso de Arlanzón. Está drenado por el más humilde de los cursos de agua de estos valles, el río Ruyales. Los otros cursos fluviales -Ubierna, Úrbel, Hormazuela, Brullés- avenan mayor superficie. De siempre, las comunicaciones hacia el Norte (hacia Los Tremellos) resultaron comprometidas: humedales muy marcados (el Callejón especialmente) hacían muy difíciles los desplazamientos en esa dirección. Es el único valle que no cuenta con una carretera que lo recorra desde la cabecera del río, en el pueblo de Ruyales, hasta su desembocadura en el Hormazuela, en Villanueva de Argaño-Isar. La revolución agrícola y el proceso de concentración parcelaria ha puesto fin a esa seria dificultad: una magnífica red de caminos recorre el valle del Ruyales, que se completará cuando el pueblo de San Pedro Samuel finalice el proceso de reparcelación de su terrazgo.

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Resolvió, en cambio, con agilidad los desplazamientos al páramo contiguo, a través de los pequeños vallejos, de suave pendiente, en unos casos, o con el trazado de ejes viarios que, buscando las curvas de nivel y cotas más racionales, bordeaban las laderas hasta alcanzar las planicies parameñas, de las que, al igual que ahora, se sacaron la mayor parte de los recursos.

Un valle y unos páramos que pueden ser calificador de fértiles para el cultivo de cereal y gramíneas, dadas las excelentes condiciones edáficas y litológicas del suelo. Hasta las propias laderas del valle resultaron productivas en más de un momento.

¿Cuántas generaciones fueron por delante de nosotros al Canalón o a Honteán; a las rayas de Las Hormazas o Lodoso;  cuántas recorrieron el encharcado valle del Ruyales; cuántas alcanzaron los confines de un espacio geográfico, que, hoy en día, parece muy humilde, pero que, antes de la modernización de la actividad agraria, necesitó de mucho esfuerzo para extraer el sustento de los avellanosinos?

En sentido estricto, la presencia humana en los páramos de Avellanosa o en el valle del Ruyales sólo se ha constatado mediante el estudio del megalitismo (Germán Delibes y Miguel Ángel Moreno Gallo establecen unas fechas entre finales de IV milenio y mediados del III milenio antes de Cristo, tanto para la Piedra Alta como para las Talayas). Unas fechas muy recientes si se comparan con los cien mil años de antigüedad datados en la cueva de Valdegoba, en Huérmeces, para los neandertales.

Se han constatado, igualmente, objetos de cobre y bronce del III y II milenio antes de Cristo en Susinos o las Hormazas.

Es segura la presencia romana en estos páramos, al menos en los itinerarios que unían Segisama (Sasamón) y Cidad (un asentamiento romano en el borde del páramo de la Nuez de Abajo, a poco más de un kilómetro de término de Avellanosa).

Hace medio siglo, en las inmediaciones de Santa Eulalia -uno de los dos focos iniciales del poblamiento del pueblo- tuvo lugar el hallazgo de un sarcófago que podría arrojar luz sobre los siglos más oscuros de la historia de Avellanosa. Pudo elaborarse antes de la desaparición del Imperio Romano (antes del siglo V después de Cristo); o bajo el dominio visigodo (desde el siglo V al VII incluido). Revelaría, entonces, una presencia humana muy firme en la Edad Antigua.

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Tras los tiempos de penuria y despoblación del siglo VIII, cuando la presencia islámica aconseja despoblar el valle del Duero y esperar tiempos mejores en las Montañas Cantábricas, el núcleo reconquistador asturiano, mediante los condes de Castilla (Rodrigo y Diego Porcelos) comienza un proceso repoblador, tímido hasta el año mil (Almanzor muere en el 1002) y, después, muy rápido (en 1085 Alfonso VI ya reconquista Toledo).  Amaya es repoblada en el 860 por el conde Rodrigo; Castrojeriz es reconquistada en el 883, Ubierna y Burgos en el 884. La línea de repoblación ha sobrepasado ya nuestros páramos y los sucesores de estos condes la hacen avanzar hasta el Duero (Nuño Núñez se aanexiona Roa de Duero; Gonzalo Fernández llega hasta Clunia , Aza y San Esteban de Gormaz;  Gonzalo Téllez se va a adueñar de Osma). Por ahora, la primera referencia escrita sobre Avellanosa data de 1011 en el Cartulario de Oña, donde aparece como perteneciente al antiguo Alfoz de Mansilla, acogiéndose a la protección de su fortaleza, un castillo que dirigiría el alfoz entre los siglos X y XII.

No importa tanto el año exacto en que se establecen en Avellanosa los primeros repobladores, sino el contexto en que lo hicieron. El catedrático de Historia Medieval de la UBU, Luis Martínez García, junto a sus colegas de departamento, Javier Peña Pérez y Juan José García González han descrito magníficamente el proceso, similar para más de dos mil núcleos: hombres y mujeres de distinta procedencia, van ocupando, de Norte a Sur, estos valles, ubicando núcleos a distancias muy cortas, raramente superiores a un kilómetro. Muchos han desaparecido, como ha ocurrido entre Los Tremellos y Avellanosa (con asentamientos en San Cristol o Cristóbal, Sanguate o San Cucufate, Retortilla, Quintanafrela, y San Roque)

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Cerca de San Roque. El Arenal al fondo.

El nacimiento de Avellanosa es bipolar: mejor hablar de “las Avellanosas”. No es extraño este fenómeno: ocurre en “los” Tremellos,  en “las” Celadas o en “las” Hormazas”, por citar algunos ejemplos. Dos asentamientos, que dieron lugar a dos barrios de Avellanosa, con su titular al frente: Santa Eulalia de Mérida para el denominado Barrio Grande; San Juan, para el Barrio Pequeño. El poblamiento se dispone no de manera apiñada, ni anárquica: lejos de apetencias militares, ocupó los márgenes de los ejes viarios a los núcleos próximos (La Nuez, Las Celadas, Los Tremellos, Susinos, Villorejo y San Pedro Samuel).

El crecimiento constante de la población de los dos barrios a lo largo del siglo X, XI y XII, con intereses comunes en la explotación agropecuaria del terrazgo y interacción familiar, cristalizó en la unión definitiva de ambos núcleos en una sola entidad social, política, económica y cultural. El testigo más firme de este matrimonio definitivo de “las Avellanosas” es su iglesia. A finales del XII y comienzos del XIII se levanta el edificio más singular del pueblo, un verdadero manuscrito de la historia charra. Ubicada en el barrio grande, su noble ábside se abre a Oriente, hacia el barrio Pequeño. Siempre ha representado el aglutinante indisoluble de los avellanosinos. Empezada en estilo Románico tardío, con una magnífica portada al sur, desgraciadamente muy deteriorada, renovó sus cubiertas en el siglo XVI, siguiendo los modelos tardogóticos. En el siglo XVIII  se la dotó de una torre muy “parameña”, similar a la de la mayoría de los núcleos próximos, y se encargó el retablo mayor, recientemente restaurado (el Informe Técnico, firmado por Belén Miguel Amo, María Francés y Gloria Martínez Gonzalo se puede consultar en  http://personales.ya.com/avellanosa/mapa.htm). Ya en el siglo XIX se añadieron dependencias para almacenaje y sacristía (el profesor Julián Santamaría ha descrito pormenorizadamente el proceso en  http://personales.ya.com/avellanosa/mapa.htm).

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No sólo testimonia la adopción estética de los sucesivos estilos artísticos, para cuya descripción carezco de espacio. También refleja la evolución socioeconómica del pueblo. Un evidente crecimiento demográfico determinó la creación de este espacio religioso de mucha mayor capacidad que las ahora denominadas ermitas de Santa Eulalia y San Juan juntas. La recesión económica del XIV y comienzos del XV no permite alegrías constructivas o estéticas. No ocurre lo mismo en el siglo XVI o XVIII, momentos de gran empuje en la consolidación del templo como edificio señero de Avellanosa.

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Sigue en otra entrada.

Avellanosa, de Rafael Santamaria (ii)

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